Un inspirado poeta, o un agudo publicista, definió hace tiempo Gran Canaria como “un continente en miniatura”. Durante años, fue la frase más utilizada para definir a la isla. Pero, no es sólo una idea bonita o un slogan con gancho: es la mejor definición de este lugar que, ya en tiempos lejanos, fue idealizado como sede del paraíso.
En el pequeño círculo que forma la isla central de las Canarias es posible encontrar todos los climas, disfrutar un enorme contraste de paisajes y sentir todas las emociones. Recorriendo los cincuenta kilómetros que separan una costa de otra, en cualquiera de las direcciones, se puede pasar de las cálidas arenas que forman sus playas a las blancas cimas de su cumbre más alta, que lleva el simbólico nombre de Pico de las Nieves, con 1.950 metros de altura. En el camino se descubrirán majestuosas calderas, vertiginosos barrancos y acantilados sobre el mar, suaves valles cubiertos de vegetación, pequeños pueblos pintorescos...
Pero, el mejor descubrimiento es el de la gente que habita estos lugares. El pescador que reta cada día a la mar y que debe trabajar en equipo porque de ello depende su negocio y, con frecuencia, su vida; el agricultor, acostumbrado a mirar al cielo, no tanto para suplicar lluvias, como para adivinarlas en el horizonte; el pastor, que acompaña su soledad con los vuelos de su mente; el habitante de los diminutos pueblos o de las dinámicas ciudades, acostumbrado a los grupos de extraños que desde hace siglos han acudido a esta tierras.
Todos ellos tienen algo en común: son gentes receptivas, cordiales y abiertas, pese a vivir en una isla. Gentes que auxilian al viajero despistado, que orientan al extraviado, que comparten sus vidas y experiencias –y sus comidas y bienes, si llega el caso– con esos 'godos' peninsulares, continentales, mundiales que recorren sus tierras, queriendo acaparar en unos días todos sus encantos.
La visita a la isla suele iniciarse en la capital y, por fuerte que sea la tentación de acudir a las inmensas playas del sur o descubrir su deslumbrante interior, vale la pena dedicarle un tiempo. Fue en Las Palmas de Gran Canaria donde primero se asentaron los conquistadores, concretamente en el barrio de Guiniguada. A medida que la ciudad fue creciendo, las casas se desparramaron por las dos paredes del barranco, formando los barrios de Vegueta y Triana.
Precisamente en el centro de la Vegueta, un libro abierto sobre el pasado, debe comenzar la visita. La arquitectura neocolonial, representada en hitos como la Catedral o la Casa de Colón, dejan constancia de la fuerte personalidad atlántica de la ciudad, un cruce de caminos y de culturas.
Caminando sobre el empedrado de estas calles se viaja a otro tiempo, paseando, por ejemplo, junto al lugar donde el descubridor de América recitó sus oraciones antes de zarpar de nuevo. Algunos chistosos cuentan que en la catedral es posible estudiar una gran parte de la historia del arte. En efecto, el exterior neoclásico con algo de barroco, oculta un interior del período gótico tardío, con bellos tesoros como el precioso Cristo de Luján Pérez.
Triana fue en sus orígenes un barrio marinero, aunque hoy sólo la ermita de San Telmo recuerda aquel pasado. La calle principal se llama también Triana y en ella están los principales comercios de la ciudad y un escaparate inmenso de lo mejor que se fabrica en el mundo. Cerca está la calle Cano, donde se encuentra la casa-museo de Pérez Galdós, donde nació el autor de los Episodios Nacionales, en 1843.
No es el único personaje famoso de Gran Canaria; ubicado en un lugar excepcional, en uno de los extremos de la playa de Las Canteras, un gigantesco edificio da nombre a otro de sus más prestigiosos hijos: el Auditorio Alfredo Kraus, un vanguardista icono de la ciudad. Precisamente Las Canteras, junto al puerto de La Luz en el istmo de la Isleta, es otro de los puntos más animados y visitados por los turistas.
Antes de abandonar la zona, vale la pena hacer una visita –y si se puede alojarse– en el hotel Santa Catalina, reconocido como mejor hotel histórico de lujo de Europa. Historia y glamour no le faltan; por él han pasado Ava Gardner, Winston Churchill, Agatha Christie, Gregory Peck o María Callas. Y lujo, tampoco. El hotel está gestionado ahora por Barceló Hotel Group, bajo el sello de Royal Hideaway Hotel que incluye los más representativos de la cadena. Se ha realizado una cuidada y rigurosa renovación, que logra ensalzar su original identidad británica y preservar su patrimonio artístico del siglo XIX y XX, sumergiendo al huésped en una experiencia de cinco estrellas gran lujo.
Las Palmas es sólo un aperitivo para el banquete que supone recorrer la isla. Aunque hay que elegir entre varias direcciones, tal vez la ruta más popular es la que lleva a las magníficas playas del sur y al singular espectáculo de Maspalomas, un conjunto de ocho kilómetros de arenas y dunas, con pequeños oasis de palmeras, declarado Reserva Natural.
Precisamente una de las pocas consecuencias buenas del confinamientos de estas últimas semanas, ha sido que las dunas de Maspalomas han recuperado su esplendor gracias a la ausencia de pisadas, se ha regulado el flujo de arena y han florecido sus ondulaciones naturales. El grupo que cuida este paraje espectacular confía en que el regreso del turismo no altere lo conseguido, para ello se ha dotado de balizas y señales a los cinco senderos que atraviesan el ecosistema, de forma que los visitantes transiten por ellos, absteniéndose de pisotear el resto. La Reserva está constituida por tres ecosistemas: el Palmeral, la Charca y las Dunas, que se extienden a pocos metros del mar. Toda la zona es un enorme espacio natural de excepcional valor.
Desde la Charca y en dirección a las dunas, caminando por la orilla del mar, se llega a la Punta de Maspalomas, que conecta con Playa del Inglés. Es realmente la misma playa, que a partir de ese lugar cambia de nombre. Toda la playa cuenta con tramos solitarios y aislados, en los que practicar nudismo. Por su parte, los surfistas tienen su lugar de encuentro en la curva que une Maspalomas con Playa del Inglés.
Junto a las dunas de arena, el otro símbolo de Maspalomas es su altivo faro de 55 metros, que ilumina la punta sur de Gran Canaria desde 1890 y que ha visto cómo una zona casi desértica y deshabitada se convertía en uno de los grandes iconos turísticos no solo de Canarias, sino de toda España.
Tras una azarosa vida, el Faro de Maspalomas, declarado Bien de Interés Cultural en 2005, ha abierto hace poco sus puertas a los millones de visitantes extranjeros, nacionales y locales, que llegan cada año a la isla. Lo ha hecho inicialmente como punto de información turística y tienda de artesanía, pero un proyecto mucho más ambicioso prevé acoger en el futuro un Centro de Interpretación Etnográfica. Porque, mucho antes de que los castellanos terminaran conquistando la isla, los nativos convirtieron ese paraíso terrenal en uno de sus espacios preferidos para vivir.
Hacia el otro lado del faro se extiende una amplia zona peatonal, un concurrido paseo, lugar perfecto para realizar compras, hacer una parada tras la playa, salir a cenar o simplemente tomar algo junto a la larga línea de mar. También allí se encuentran casi infinitos hoteles y apartamentos, muchos de ellos realmente lujosos y con todo tipo de instalaciones
Antes y después de Maspalomas hay varias paradas obligadas. A pocos kilómetros de Las Palmas está Teide, la segunda ciudad en importancia de la isla y tan antigua como la capital. El barrio de San Francisco todavía conserva el ambiente y sabor de la época. En Ingenio se conserva un curioso poblado troglodita, con su propia ermita excavada en la roca y es el lugar perfecto para adquirir los conocidos 'calados' y bordados que se realizan artesanalmente desde tiempo inmemorial.
Más allá de Maspalomas, iniciando el camino hacia el norte por la otra costa, vale la pena visitar el pequeño pueblo marinero de Arguineguín, lleno de encanto; Patalavaca, uno de los mejores centros turísticos de la isla; Puerto Rico, urbanización pionera en la oferta náutica y Puerto Mogán, una encantadora villa marinera con un magnífico y acogedor puerto pesquero y deportivo.
Es hora de emprender el camino hacia el interior de la isla, muy desconocido para muchos y, sin embargo, en buena parte responsable de que el 43% de su superficie sea territorio protegido y que en 2005, la UNESCO premiase ese esfuerzo con la declaración de Reserva Mundial de la Biosfera.
En ese viaje se atraviesan barrancos y desfiladeros, bosques y cráteres, las laderas se cubren de fincas de plataneras y el cada vez más lejano litoral se vuelve más salvaje, pero igual de sugerente, y se puede disfrutar de las más de cien especies de flora que sólo pueden verse en la isla y de emblemas de la fauna local, como el pinzón azul o el lagarto canarión. Se cambian las famosas playas del sur y sus resorts por las piscinas naturales, los alojamientos rurales y el queso artesanal para buscar, más allá del consabido ‘sol y playa’, la esencia geográfica de tanta belleza.
La exuberancia paisajística de Gran Canaria puede ser contemplada en calma desde su red de miradores o siendo testigo del imponente pacto de silencio que guardan desde hace millones de años dos singulares monolitos basálticos en la Caldera de Tejeda.
El Roque Nublo, una enorme roca basáltica en forma de monolito de más de 65 metros de altura surgida como consecuencia de la actividad volcánica y la erosión, que es un icono de la isla que resiste el paso del tiempo en soledad, mientras que el Roque Bentayga se presenta ante los ojos con la majestuosidad que le reporta haber sido un lugar de culto para los aborígenes que poblaron el archipiélago hasta el siglo XV, como así atestiguan los yacimientos arqueológicos que guarda. Miguel de Unamuno lo describió como “tempestad petrificada”.
Este lugar, como otros muchos en la isla puede ser perfecto para descubrir por qué la UNESCO ha considerado a Gran Canaria como una ‘ventana al cielo’ por su calidad y nitidez para la contemplación de las estrellas, una visión que está en riesgo en el planeta. Por todo ello, esta defensa del cielo de Gran Canaria se ha convertido en un eje de actuación básico para la isla, que también trata de conseguir que el yacimiento arqueológico del poblado aborigen Risco Caído, situado en Artenara, sea declarado Patrimonio Mundial de la UNESCO junto a los Espacios Sagrados de Montaña de Gran Canaria.
Puede que los recorridos de un lugar a otro de la isla abran el apetito. No hay que preocuparse porque se está en el lugar ideal. La gastronomía de Gran Canaria es otro ejemplo del mestizaje que le ha brindado su triple identidad europea, africana y americana.
La isla luce con orgullo una amplia gama de productos. Hay quesos exquisitos, frutas y verduras que se exportan al Viejo Continente, un excelente pescado y una repostería tradicional hecha arte gracias al legado de varias generaciones. No pueden dejarse de disfrutar sus célebres papas arrugadas con distintos mojos, el sancocho y un crisol de potajes, todo ello acompañado de una copa de vino blanco de malvasía o de sus excelentes tintos que son el maridaje perfecto para disfrutar de una buena mesa.
Queda mucho por ver en este 'continente en miniatura' y todo está a un paso, en excursiones de apenas un día. De la mañana a la noche se puede, por ejemplo, atravesar los mágicos bosques de laurisilva recubiertos de musgo y misterio, caminar por pinares situados a más de mil quinientos metros de altura y contemplar las nubes bajo tus pies y sumergirse, cualquier día del año, en las aguas cristalinas que acarician un litoral de sinuosas dunas o vertiginosos acantilados.
Gran Canaria es uno de esos lugares que parecen una mezcla de sueño y realidad. Pero ahí está, esperando a ser descubierta.