El Muro de Adriano fue levantado entre los años 122 y 132 por el emperador que lleva su nombre. Con una extensión de 117,5 kilómetros de largo que unía Britania de costa a costa, cumplía el triple objetivo de defender el imperio romano, delimitarlo y regular el comercio. Sus piedras, conservadas a pesar de las sustracciones que durante años hicieron los habitantes de la zona para construir sus propias casas, son testigos del paso del tiempo y de la historia de la humanidad.
El escritor recuerda cómo Severo y Caracalla, esposo e hijo de Julia, respectivamente, conquistaron toda Britania, pero luego se retiraron haciendo "el Brexit al revés", porque el territorio no les compensaba el esfuerzo militar.
“Una vez que Severo se ha establecido en el poder, decide viajar hasta allí en el final de su vida”, explica el autor. Enfermo, aquella campaña le permite, además de ampliar su imperio, solucionar los problemas familiares entre sus dos hijos, Caracalla y Geta, que momentáneamente se unen para luchar contra un enemigo exterior común. "Tanto Severo como ella, como sus hijos, pasaron sus vidas defendiendo las fronteras del imperio. En la familia podían matarse entre ellos, pero para Roma la dinastía de Julia constituyó un tiempo de paz y de tranquilidad social y comercial", reflexiona ahora Posteguillo. Es en Britania, además, donde "Julia entra como esposa del emperador y retorna como viuda, pero madre de dos coemperadores".
Su protagonista regresa, eso sí, con más sombras que luces. El personaje, explica su creador, "se oscurece, porque sobrepasa todos los límites y hay una evolución". Mientras que en Yo, Julia, ella estaba un poco detrás de Severo, aquí, tras la muerte de su esposo, el personaje "eclosiona por completo y brilla más". Tiene más poder y más influencia.
Al igual que hizo Robert Graves con Yo, Claudio, Santiago Posteguillo cierra con esta nueva novela su historia sobre Julia Domna, una novela histórica, salpicada de mitología, con un guiño a la Odisea y a la Iliada, donde los dioses intervienen en la vida de los humanos.
Y lo ha hecho porque quería que Julia, una mujer irrepetible en la historia de Roma, no tuviera un final tan injusto como el que padeció, a causa de un dolorosísimo cáncer, que "entristeciera a los lectores". De tal forma que, después de la muerte de la emperatriz, quedarán todavía cien páginas que transcurren en el inframundo de los dioses, desde donde la protagonista seguirá controlando el imperio.
Su dinastía seguirá en el poder 20 años más después de su muerte y, a partir de entonces, comenzará el "principio del fin" del imperio.
Las traiciones internas, el virus de la viruela, que denominaban peste, y la enfermedad fueron los enemigos de Julia, pero, sobre todo, fue el odio que se tenían sus hijos, Geta y Antonino o Caracalla, un enfrentamiento que crece a la muerte de su padre, el emperador Severo Augusto, en Britania en febrero de 211 d.C.
Luchas de poder, traiciones, enfermedades, mitología e, incluso, incesto, son algunos de los ingredientes de esta nueva receta que Santiago Posteguillo nos presenta en Y Julia retó a los dioses. “Lo que más sorprende de Julia es que no se detenía frente a ningún tabú. Lo del incesto a mí sí me impresionó. Si había que hacerse, se hacía. Para ella, no había ningún límite que no se pudiera transgredir por mantener el control del poder”, hace balance el escritor ahora que pone punto final a su historia.
“Ella hacía lo mismo que cualquier hombre en la lucha por el poder, pero parece que como era una mujer lo vemos con otro ojos -continúa-. Y yo a eso me niego. ¿Qué era Julia? Una gran política y estadista, y luego como madre lo hizo como Julio César o como Napoleón. No brillantemente. Pero, Napoleón abandonó a su hijo en Austria y nadie pregunta por él. Julia fue, incluso, una gran militar desde el punto de vista logístico. No sabemos si hubiera sido una buena militar dirigiendo las legiones, porque no la dejaron. Pero, intuyo que sí. Entonces yo intento valorar el personaje desde la igualdad del siglo XXI, sin alterar las circunstancias del siglo II y III”.
En cuanto a Galeno, el narrador de su novela, "era un personaje interesantísimo. A Galeno, con la tecnología de hoy en día, el coronavirus le duraba dos tardes. Es el tío que se da cuenta que si lavamos las heridas no se infectan, que consigue detener una peste en Egipto. Lamentablemente, a pesar de la inteligencia de Julia, no le llegó a levantar el veto que tenía sobre las disecciones humanas. Aunque si hubiera vivido lo suficiente, yo creo que lo hubiera hecho. Eso retrasa la medicina 1.300 años. Hasta el Renacimiento. Pero sí, un Galeno hoy en día nos vendría muy bien".