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O’Keeffe y la fascinación por el mestizaje

Georgia O'Keeffe. 'Amapolas orientales, 1927' (Oriental Poppies). Óleo sobre lienzo, 76,7x102,1 cm. Collection of the Frederick R. Weisman Art Museum at the University of Minnesota, Mineápolis. Adquisición del museo 1937. (Foto: ©Georgia O’Keeffe Museum ).

Hasta el 8 de agosto, en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

Mª del Carmen García | Viernes 04 de junio de 2021
El museo presenta la primera retrospectiva en España de Georgia O’Keeffe (1887-1986). A través de una selección de 90 obras, el visitante puede sumergirse en el universo pictórico de esta artista, considerada una de las máximas representantes del arte norteamericano del siglo XX.

De nuevo el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza se convierte en un referente fundamental del arte contemporáneo. En esta ocasión con la presentación de la primera retrospectiva en España de Georgia O’Keeffe (1887-1986), una de las máximas representantes del arte norteamericano del siglo XX.

La exposición ofrece un recorrido completo, en 90 obras, por su trayectoria artística; una oportunidad única para descubrir y admirar el trabajo de esta artista fascinante, cuya presencia fuera de los Estados Unidos es verdaderamente excepcional. De hecho, con cinco cuadros en sus colecciones, el Museo Thyssen es la pinacoteca con más obra de la pintora fuera de su país.

Este ambicioso proyecto expositivo ha sido posible gracias al apoyo de más de 35 museos y colecciones internacionales, principalmente norteamericanas, entre los que sobresale el Georgia O’Keeffe Museum de Santa Fe, por su generoso préstamo y su apoyo incondicional.

Tras su paso por Madrid, la muestra viajará al Centre Pompidou de París y, posteriormente, a la Fondation Beyeler de Basilea.


La gran artista moderna norteamericana

Georgia O’Keeffe es una de las pocas mujeres artistas asociadas a las corrientes artísticas de vanguardia de la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos.

Desde que, en la temprana fecha de 1916, deslumbrara a los círculos artísticos de su país con unas audaces obras abstractas y se encumbrara como una pionera de la no figuración, Georgia se convirtió en una de las principales figuras de la modernidad estadounidense.

La exposición comienza con algunas de esas obras que tanto sorprendieron en el Nueva York de finales de la década de 1910 y continúa con un recorrido completo por toda su trayectoria. La disposición cronológica de los cuadros se suma a su presentación temática, lo que permite seguir los hitos más destacados de su carrera y, al mismo tiempo, mostrar la evolución de sus principales preocupaciones artísticas.


A través de las salas se descubre, así, a una artista cuyo lenguaje osciló siempre entre figuración y abstracción. Sus primeros paisajes de Texas o de Lake George muestran su interés siempre latente de captar la naturaleza y sus ciclos vitales, así como su deseo de crear una composición en la que los elementos formales -el color y la forma- fueran los auténticos protagonistas.

A ellos se une una importante selección de sus famosas pinturas de flores de gran formato, que se exponen junto a los lienzos que dedicó a pintar hojas, conchas o huesos. Un capítulo especial está dedicado a las vistas de Nueva York para, a continuación, dar paso al cambio que se produjo en su arte y su vida cuando, a finales de la década de 1920, realizó su particular conquista del Oeste.

Fascinada por los paisajes y la mezcla de culturas de Nuevo México, convirtió este remoto estado en el tema principal de sus pinturas y en su hogar definitivo desde finales de los años 1940.

A comienzos de la década siguiente, dos visitas a España fueron el desencadenante de numerosos viajes internacionales e inspiraron nuevas obras. Para terminar, la última sala muestra algunos de los objetos que se conservan de su taller, prestados para la ocasión, que permiten reconstruir su método creativo.


La artista caminante

“Hay algo inexplicable en la naturaleza que me hace sentir que el mundo es mucho más grande que mi capacidad de comprenderlo - intentar entenderlo tratando de plasmarlo. Encontrar la sensación de infinito en la línea del horizonte o simplemente en la próxima colina”.

La exposición en Madrid, comisariada por Marta Ruiz del Árbol, conservadora del Área de Pintura Moderna del Museo, pretende reivindicar a Georgia O’Keeffe como una artista viajera. Una pintora para la que el viaje es, además de propiciador de nuevos temas, parte fundamental de su proceso creativo. Su infinita curiosidad y el interés por lo desconocido está en el origen de toda su creación.

A lo largo de su extensa vida -murió con 98 años-, nunca dejó de viajar, por Estados Unidos primero y por todos los continentes en el último tercio de su vida. La visita a la exposición permite rememorar la atracción que sintió por los múltiples lugares que visitó. En primer lugar, Estados Unidos, descubriendo de su mano la belleza e inmensidad del paisaje norteamericano, desde las planicies y cañones de Texas a los paisajes urbanos en los que captó la rápida transformación de Manhattan en la ciudad de los rascacielos.

Sus obras permiten también contemplar las famosas tormentas del lago George, en el estado de Nueva York, o las espectaculares formaciones geológicas del Sudoeste americano. Por último, nos introducimos en la fascinación que sintió al viajar en avión en unas pinturas en las que captó a vista de pájaro los surcos de los ríos. Todo ello, con un lenguaje genuinamente propio que a veces remite con exactitud a la realidad visible, mientras que en otras ocasiones parece alejarse del objeto de inspiración para convertirse en una armoniosa combinación abstracta de formas y colores.


La exposición nos descubre también a la Georgia O’Keeffe caminante, que recorre a pie los lugares que visita. Unos paseos que formaron parte de su rutina diaria a lo largo de toda su vida y que la muestra reivindica como el primer paso de su proceso creativo.

Al igual que Nietzsche, que aseguraba que para escribir se necesita la intervención de los pies, en referencia a la necesidad de andar para que el pensamiento fluya, Georgia caminaba para pintar después. Durante esas caminatas, recolectaba además todo tipo de objetos -hojas, flores, conchas, trozos de madera o huesos-, que posteriormente convertía en protagonistas de su pintura.

Los primeros planos con que capta estos souvenirs orgánicos hablan, por un lado, de la influencia que ejercieron sobre ella sus numerosos amigos fotógrafos, entre ellos, su pareja, Alfred Stieglitz; pero, sobre todo, de su interés por conseguir que el ajetreado habitante de la ciudad moderna se parase a observarlos: “Rara vez uno se toma el tiempo para ver realmente una flor”, dijo en 1926, “La he pintado lo suficientemente grande para que otros vean lo que yo veo“. Una mirada pausada y consciente, que la exposición busca despertar en el espectador.


Obra temprana

El recorrido por las salas comienza con una selección de las obras con las que Georgia O’Keeffe sorprendió a la élite cultural y artística de Nueva York en el año 1916, cuando se mostraron por primera vez en la galería 291.

“Al fin una mujer sobre papel”, exclamó el galerista y fotógrafo Alfred Stieglitz al ver estas obras en las que, a través de formas abstractas, la artista evocaba el crecimiento y movimiento de la naturaleza.

Realizadas mientras trabajaba como profesora en Carolina del Sur y en Texas, eran su paso decidido para separarse definitivamente de sus maestros e iniciar un camino propio, que deslumbró desde el principio por su modernidad y originalidad.

En este periodo temprano, O’Keeffe destacó por su dominio de la técnica de la acuarela. Las montañas de Carolina del Sur y las planicies de Texas aparecen en unas obras de intenso colorido en las que muestra ya su interés por la naturaleza y su atracción por la línea del infinito. A ellas se suman en la sala algunos desnudos, cuyos colores parecen dialogar con sus paisajes.

Abstracciones

“Descubrí que podía decir cosas con colores y formas que no podía decir de otra manera, cosas para las que no tenía palabras”. El segundo espacio de la exposición presenta las pinturas que realizó a partir de 1918, cuando, tras abandonar su puesto como profesora en Texas, se instala en Nueva York para dedicarse por completo a la pintura. Se trata de unas abstracciones orgánicas, en las que investiga las relaciones entre forma y color, y que la alzaron como una pionera de la abstracción pictórica.

Algunos de estos lienzos muestran su interés por crear un equivalente visual a la música. Otros hacen referencia a su intensa experiencia con el paisaje texano, y también encontramos sus primeras abstracciones florales. Cuando se expusieron en Manhattan, a comienzos de la década de 1920, estas obras provocaron lecturas psicoanalíticas por parte de ciertos críticos y despertaron debates sobre la importancia del género de la artista en su trabajo.

Nueva York / Lago George

“Estoy dividida entre mi marido y mi vida junto a él y algo relacionado con el aire libre y la naturaleza (…) que está en mi sangre”. Desde finales de la década de 1910, O’Keeffe dividió su tiempo entre la ciudad y el campo. Un contraste, entre los inviernos y las primaveras en Nueva York y los veranos y otoños en Lake George, que se refleja en su pintura.

Instalada en un moderno rascacielos, la pintora comienza a interesarse por la gran ciudad, que se erige en la década de 1920 como el tema moderno por antonomasia. Las vistas que dedica a Manhattan son obras excepcionales en su trayectoria, caracterizada básicamente por su interés en representar la naturaleza.

Al mismo tiempo, continúa interesándose por esa otra América rural que encuentra durante sus retiros en el campo. Entre sus motivos favoritos, los graneros, que le recordaban a su infancia en una granja de Wisconsin.

Flores y mundo natural

“La mayoría de la gente en la ciudad corre de un lado a otro y no tienen tiempo para mirar una flor. Quiero que la vean, quieran o no”. La galería central de la exposición está dedicada a sus célebres pinturas de flores, uno de los temas sobre los que investigó de forma recurrente desde mediados de la década de 1920.

Lirios, amapolas, estramonios o aros comparten espacio con otros objetos naturales, como hojas o conchas, que la artista recolectaba durante sus paseos para después trasladarlos al lienzo. En estas pinturas su interés radica, a veces, en abstraerse progresivamente de la forma natural, mientras que, en otras ocasiones, el enfoque nítido y el recorte cercano parecen recordar una ampliación fotográfica.

Con estas atrevidas composiciones, con las que pretendía que los ajetreados habitantes de la ciudad se pararan a mirar los pequeños detalles, O’Keeffe se convirtió en una de las pintoras estadounidenses más aclamadas por crítica y público. En 2014, en una subasta en Sotheby’s, Estramonio. Flor blanca n.1 (1932), incluida en la exposición, alcanzó el récord de convertirse en la obra más cotizada hasta la fecha de una artista mujer.

Primeras visitas a Nuevo México

“Cuando llegué a Nuevo México supe que era mío. En cuanto lo vi, supe que era mi tierra. Nunca había visto nada así, pero encajaba conmigo exactamente”. En el verano de 1929, Georgia O'Keeffe viajó al norte de Nuevo México, una experiencia que cambiaría su vida para siempre.

El paisaje, la fuerte presencia de la cultura nativa americana y el pasado como territorio hispano de la región inspiraron una nueva dirección en su arte. La espectacular orografía del lugar, la arquitectura vernácula, las cruces perdidas en la naturaleza, o los huesos de animales muertos que encontraba en sus caminatas, poblaron sus pinturas durante los años siguientes.

Estas obras suponen el regreso a un paisaje que recuerda su experiencia temprana en Texas y coinciden con un interés creciente por la América rural por parte de la vanguardia artística, que buscaba una visión propia alejada de los cánones europeos.

Explorando Nuevo México

Durante las siguientes dos décadas, la artista pasó la mayoría de los veranos en Nuevo México. El paisaje que rodeaba su casa de adobe en Ghost Ranch, una zona en pleno desierto que había descubierto en 1934, se convirtió en protagonista de muchas de sus obras, junto a otros dos enclaves que fueron también con frecuencia objetivo de sus pinceles: el que llamaba ‘White Place’ y otro, más alejado, dentro de la nación Navajo, que denominaba ‘Black Place’ y que fue objeto de representaciones especialmente abstractas.

En estos años emprendió también una serie de pinturas de huesos de pelvis, retomando así un tema que le había fascinado desde su primer verano en Nuevo México. A pesar del carácter metafísico de muchas de estas obras, ella siempre negó que tuvieran relación con el surrealismo.


Viajes por el mundo

La penúltima sala reúne una selección de su obra final. Por un lado, se presenta la serie que dedicó a pintar el patio de la hacienda que adquirió en el pequeño pueblo de Abiquiú, en 1945, unos años antes de que Nuevo México se convirtiera en su hogar permanente, en 1949. Por otro lado, y en contraposición, se muestran algunos lienzos relacionados con los múltiples viajes que realizó en el último tercio de su vida.

Desde que visitara España en 1953 y 1954, la artista, que hasta entonces nunca había abandonado el continente americano y pocas veces Estados Unidos, comenzó a viajar por todos los continentes. Las largas horas de vuelo de estos viajes internacionales inspiraron una serie de vistas desde la ventana del avión. Junto a los horizontes de múltiples tonos, realizó unas abstracciones que recuerdan imágenes aéreas de ríos serpenteantes.

El taller

Al regresar de sus viajes y paseos, Georgia O’Keeffe entraba en su estudio, un lugar en el que le gustaba trabajar en soledad. Allí, alejada de otras miradas, continuaba un cuidado y meticuloso proceso creativo, que se desvela gracias a la investigación de la técnica de los cinco lienzos de las colecciones Thyssen-Bornemisza.

Los resultados del equipo multidisciplinar, formado por restauradores, conservadores y químicos tanto del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza como del Georgia O’Keeffe Museum, se exponen en la última sala de la muestra junto a algunos de los objetos que se conservan de su taller, prestados para la ocasión.

Este espacio final permite descubrir a una artista metódica, rigurosa, reservada, fascinada por el color y por las texturas, y preocupada por la conservación de sus cuadros y por garantizar que la intención primigenia de sus obras se mantuviera intacta para el futuro.

Actividades paralelas

Del 26 de mayo al 30 de junio, tendrá lugar un ciclo de conferencias, los miércoles, a las 17.30h, que contará con la participación de Cody Hartley (director del Georgia O’Keeffe Museum, Santa Fe), Roxana Robinson (escritora y biógrafa de Georgia O’Keeffe), Wanda Corn (profesora emérita de Stanford y comisaria de la exposición 'Georgia O’Keeffe. Living Modern'), Susana Pérez y Marta Palao (Área de Restauración del Museo Thyssen), Clara Marcellán (comisaria técnica de la muestra) y Marta Ruiz del Árbol (comisaria de la exposición en Madrid).



Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

Del 20 de abril al 8 de agosto de 2021
Horario: De martes a viernes y domingos, de 10.00 a 19.00 horas; sábados, de 10.00 a 21.00 horas.
Horario de verano: del 29 de mayo al 8 de agosto, de martes a sábados, de 10.00 a 21.00 horas; domingos, de 10.00 a 19.00 horas.

Tarifas: Entrada única: Colección permanente y exposiciones temporales.

          • General: 13 euros
          • Reducida: 9 euros para mayores de 65 años, pensionistas y estudiantes previa acreditación; Grupos (a partir de 7): 11 euro
          • Gratuita: menores de 18 años, ciudadanos en situación legal de desempleo, personas con discapacidad, familias numerosas, personal docente en activo y titulares del Carné Joven y Carné Joven Europeo.

Venta anticipada de entradas en taquillas, en la web del museo y en el 91 791 13 70

Catálogo con ensayos de Marta Ruiz del Árbol, Didier Ottinger, Ariel Plotek y Catherine Millet; estudios técnicos de Dale Kronkright y de Susana Pérez, Andrés Sánchez Ledesma y Marta Palao, y cronología y fichas de Anna Hiddleston-Galloni.

Guía didáctica, del Área de Educación del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

Cómic de María Herreros, coeditado con Astiberri.

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