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De monjes, abadías medievales y prejucios

Fernando J. Múñez empezó su carrera literaria en 2002 en el mundo de la literatura infantil y juvenil, donde tiene una amplia trayectoria. En 2019 publicó su primera novela para adultos, 'La cocinera de Castamar', a la que sigue este 'thriller' medieval, que transcurre en Castilla en el siglo XIII. (Foto: ©Miguel Garrote).

El autor vuelve con un 'thriller' histórico, 'Los diez escalones', tras el éxito de 'La cocinera de Castamar'

Paz Romanillos | Lunes 09 de agosto de 2021
Fernando J. Núñez llega de nuevo a las librerías con ‘Los diez escalones’ (Planeta), su nueva novela tras el éxito de ventas, lectores, crítica y audiovisual que ha resultado 'La cocinera de Castamar'. El autor nos transporta a los mundos ocultos del Medievo, donde los personajes se enfrentan a demonios antiguos que aún perviven entre nosotros: los prejuicios, las ideas irracionales y los dogmas inamovibles.

J. Múñez (Madrid, 1972) empezó su carrera literaria, en 2002, en el mundo de la literatura infantil y juvenil, donde tiene una amplia trayectoria. En 2019 publicó su primera novela, La cocinera de Castamar, a la que sigue este 'thriller' medieval, que transcurre en Castilla en el siglo XIII.

El escritor, que estudió cinematografía en Estados Unidos, ha dirigido varios cortos y un largometraje y por eso asegura en la entrevista que siempre escribe pensando en imágenes "y eso se pega al texto".

Sin embargo, asegura que "lo importante para las novelas no es que terminen siendo series o películas, sino que tengan su espacio como libros. Parece que la percepción del éxito de una novela tiene que ver con que se haga una serie con ella, pero no es así: el éxito es que se lea mucho y que la gente disfrute con ella".

No obstante, asegura que les dice a los lectores que no tienen que elegir entre la novela y la serie o la película, porque "se puede disfrutar de las dos y no tienen por qué competir".

- Pregunta. En ese caso, tampoco le importará si comenzamos esta entrevista hablando del éxito que está obteniendo La cocinera de Castamar como serie de televisión. ¿Está satisfecho con el resultado?

- Respuesta. Cuando decido vender los derechos audiovisuales de La cocinera de Castamar, en cuyo proyecto soy coproductor ejecutivo, todos los miembros del equipo sabemos que eso me permite cierta libertad para interactuar. A mí me interesaba especialmente cuidar los decorados y usar un formato panorámico que, aun siendo serie, pudiera recordar al cine, con una luz muy estudiada para lograr una narración fidedigna de época. Debo decir que el equipo ha hecho un trabajo maravilloso. Pero, también es verdad que, al vender los derechos de una novela para un proyecto audiovisual, el autor tiene que dar un paso atrás. Los autores tenemos que tener claro que la literatura está hecha para ser leída, mientras que el audiovisual es otro registro y exige un lenguaje diferente.

A pesar de que transcurren en distintas épocas y tramas diferentes, el autor considera su nueva novela una especie de "extensión" de La cocinera de Castamar, por su crítica a los prejuicios de los que son víctimas sus personajes, maltratados por la vida o por una sociedad injusta.


Machismo, codicia, clasismo, fanatismo religioso y odio a todo aquello diferente son algunos de los prejuicios a los que se enfrentarán los personajes de Los diez escalones.

- P. ¿Por qué ha elegido la Baja Edad Media para situar la acción de la novela?

- R. Escribir para mí tiene un componente de aventura esencial, y por eso creo que soy de esos escritores de brújula, que lo que realmente desean es ir descubriendo cosas al ritmo de la escritura.

Para mí, esta Baja Edad Media es un momento especial, porque históricamente es un periodo lleno de contrastes. Por un lado, está el estado llano, analfabetos y supersticiosos interpelados por la violencia, y al mismo tiempo, dentro de ese mundo, otros mundos como las abadías, protocolarizados, quietos, reflexivos. El circuito de la sabiduría de Grecia, Roma, Bagdad, Alejandría, Al-Ándalus y las escuelas de Toledo se cierra como un anillo en las abadías.

Esas dos realidades, que yo he tratado de reflejar en la novela, me parecen fascinantes, pues nos permiten reflexionar sobre fronteras y contrastes, y reconocer los vestigios que hoy quedan en nuestro mundo. El medievo es una encrucijada cultural muy literaturizable. Y luego está el tiempo de los personajes, dotado de los símbolos que hay alrededor: la nieve, los ruidos, la tormenta… Me resultaba muy interesante jugar con el contraste de lo trepidante, lo azaroso, frente a al mundo monástico, donde todo ocurre lentamente y existe la falsa seguridad de lo preestablecido.

- P. ¿Qué es lo que más le ha costado a la hora de novelar un siglo tan lejano?

- R. Lo primero, las fuentes del siglo XIII, escritas en un lenguaje arcaico, que exigen mayor inversión de tiempo y no poca paciencia. Pero, lo más dificultoso, sin duda, ha sido trasladar el pensamiento del medievo para que el lector se lo crea en una novela actual. En la Edad Media, el conocimiento era recopilatorio, no para avanzar, sino para conservar. Por otra parte, la religión filtraba la realidad, pero la razón cada vez se imponía con más fuerza. Mi personaje, Alvar, encarna la bisagra entre las dos épocas, la tardomedieval y el nuevo humanismo renacentista. Un investigador privado, como es el papel que este monje desempeña en la novela, al fin y al cabo debía ser un ser racional.

- P. De nuevo, su novela cuenta con un personaje femenino muy potente, que afronta situaciones realmente difíciles, entre ellas la violación. ¿Cómo surge este personaje y qué relevancia tiene respecto a la historia?

- R. Una de las cosas que yo quería era mostrar en la novela era el triángulo emocional entre los tres personajes principales: Isabel, Alvar y Sancho, el verdugo. Necesitaba focalizar la crueldad en la voz y los actos de este último para poder explicar el dolor de ella.

Por otro lado, Isabel es una mujer destruida después de veinte años de vejaciones y sufrimientos, abandonada por todos (Alvar, su antiguo amor, la Iglesia, su hermano…), pero que aun así no se rinde. El encuentro entre los viejos amantes (Isabel y Alvar) es el detonante de su fuerza, y yo quería que fuese así, porque más que amor, lo que hace él por esa mujer es ayudarle a recordar quién era, pero es ella y sólo ella la que reclama el tributo de la justicia, y por eso se libera.

Isabel es una mujer del siglo XIII, pero tiene algo en común con las del siglo XVIII en Castamar: la fortaleza. Digamos que con los personajes femeninos pretendo siempre un empoderamiento, pero desde su propia época: contar la valentía en su contexto. Debo decir que narrar las escenas de violación no fue nada fácil. De hecho, después de cada aparición de ese personaje tan abyecto, Sancho, salía al jardín a sacudirme su voz de encima: su presencia me pesaba como si me cubrieran con brea.

Ambientada en una abadía, esta novela, asegura el autor, es un homenaje a El nombre de la rosa, no solo a la novela de Umberto Eco, sino también a la película que protagonizó Sean Connery, a esa atmósfera medieval y a sus símbolos, que le han cautivado siempre.

- P. El argumento de Los diez escalones, inevitablemente, nos lleva a la mítica novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa...
- R. No puedo negar que en mi background está El nombre de la rosa. De hecho, esta historia es un homenaje clarísimo tanto a Eco como a Jean-Jacques Annaud, responsable de la magnífica adaptación cinematográfica, que si te soy sincero, ha ejercido en mi escritura en los meses de construcción de esta novela un poder innegable de evocación, en cuanto a la ambientación de lo sensitivo: la luz, el frío, hasta las voces…

De hecho, la voz del doblador de Sean Connery (Arsenio Corsellas) retumbaba en mi cabeza cuando escribía las escenas de mi Alvar. También hay similitudes en Mario, el personaje secundario que acompaña a Alvar, con el Adso de Melk de Umberto Eco, pues ambos comparten esa misma pureza en la mirada, aunque mi Mario es ya un hombre, no un adolescente, y eso me lleva a señalar otra importante diferencia, y es que Mario va a ser transformado por las perversiones de la trama, que le convierten en un personaje que evoluciona.

- P. Además de una trama de misterio e investigación, su novela está llena de referencias, personajes y obras relevantes de la época: Diógenes de Sinope, Avempace, Averroes, la Stromata y el Protreptikós de Clemente de Alejandría, los apologetas, como San Ireneo, la Biblia Septuaginta... Incluso incluye un glosario final. ¿Su intención es que sea un instrumento didáctico?

-R. No pretendo dar lecciones, pero sí me gusta proponer modelos y dar referencias. Aunque parezca una minucia, todas esas citas y personajes históricos son una diminuta punta del iceberg gigantesco que era el conocimiento medieval. El viaje a la sabiduría en esta etapa me fascina como lector. En el mundo judío, musulmán y cristiano se entrelazan complejas doctrinas y, ambientar la novela en esta época, me daba la oportunidad de, al menos, esbozarlas; mostrar las corrientes telúricas del conocimiento y el desempeño del ser humano en su contexto ideológico y social. Creo que una novela de historia también es todo esto.

Veinte años son nada...

La novela está protagonizada por Alvar León de Lara, cardenal de la curia romana, que vuelve a petición de su antiguo mentor a la abadía que fue su hogar, que abandonó veinte años atrás con el corazón roto por un amor imposible, el de una mujer con la que volverá a encontrarse. Y lo que su maestro quiere revelarle es algo que cambiará el curso de la cristiandad.

A través de su protagonista, Alvar, un pensador crítico que tiene que callar porque sabe a lo que se enfrenta, el autor ha querido reflejar esas sociedades en las que los seres humanos "nos hemos dejado dominar por dogmas inapelables".

La trama transcurre en una abadía reflejo de los contrastes enormes en los que vivía la sociedad medieval y a la relación que existía entre la razón y la fe. "En la Iglesia hay una demanda enorme de reproducir libros y atesorarlos como una recopilación del saber humano, pero al mismo tiempo las ideas contrarias eran purgadas".

La novela está llena de símbolos medievales a los que ha regresado Fernando J. Núñez para construir la parte de thriller y que, sostiene, convierten a su obra en un "tobogán".

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