Salvo en época de pandemia, entre los meses de noviembre y marzo nos enfrentamos sistemáticamente a las bronquiolitis, con un pico de incidencia durante las últimas semanas de diciembre y primeras de enero. Sabemos que en torno al 90% de los niños menores de 2 años sufrirá una infección por Virus Sincitial Respiratorio (VRS), que de estos el 20% desarrollará una bronquiolitis, y que el 10% precisará de ingreso hospitalario, un 2-8% en cuidados intensivos.
La pediatra del Hospital Materno-Infantil Quirónsalud, María José Lirola, explica que "la bronquiolitis es el primer episodio de "pitos y crepitantes" —ruidos respiratorios característicos a la auscultación— que ocurre en el niño menor de 2 años, que en los 3-4 días previos ha presentado síntomas catarrales, tos, mocos o estornudos, asociados o no a fiebre. Es la causa más frecuente de hospitalización en el niño menor de 1 año y está producida en la mayoría de los casos por el VRS".
La especialista destaca que, en el 2020, las medidas tomadas para la prevención de la diseminación del virus de la COVID-19, como el distanciamiento social, el incremento de la higiene de manos y el uso obligatorio de mascarillas, hicieron que las bronquiolitis estuvieran prácticamente ausentes de las consultas de pediatría, esta enfermedad —típica del lactante y de los meses más fríos— tuvo una incidencia mínima, lo mismo ocurrió con las infecciones por el virus de la gripe. Según datos recabados por la Sociedad Española de Urgencias Pediátricas durante la temporada de bronquiolitis 2020-2021 comparada con la temporada anterior 2019-2020, se ha observado una disminución de entorno al 91% de las bronquiolitis diagnosticadas en atención primaria y del 90% de las atendidas en urgencias hospitalarias. Tras la relajación este año de estas medidas preventivas —debido a la baja incidencia de COVID-19—, estamos asistiendo en las últimas semanas a un brote inusual de infección por VRS, por su precocidad e intensidad.
La bronquiolitis es una enfermedad que se transmite por el contacto con las secreciones respiratorias de las personas infectadas, o superficies u objetos contaminados por las mismas, "por lo cual la higiene de manos es fundamental" incide la especialista. Transcurrido el periodo de incubación, 4-5 días, el niño comenzará con síntomas catarrales y a los 2-4 días entrará en la fase de estado de la enfermedad. En esta fase debido a la inflamación de los bronquiolos y a la excesiva producción de moco, el niño presentará un aumento de la tos, dificultad respiratoria (aumento de la frecuencia respiratoria y aparición de hundimiento costal), sibilantes y crepitantes, comerá peor y lo encontraremos irritable.
Según Lirola, la duración media de la enfermedad es de unas 2 semanas, sin embargo, hay un tanto por ciento no despreciable de niños que se mantendrán sintomáticos durante 3- 4 semanas.
Los niños prematuros,—sobre todo los nacidos antes de las 32 semanas—, los menores de 2 meses, los niños con cardiopatías congénitas, con enfermedades neuromusculares, con inmunodeficiencias y con enfermedades respiratorias de base tendrán mayor riesgo de presentar la enfermedad grave. "Muchos de ellos precisarán de hospitalización", afirma la pediatra.
Actualmente, el tratamiento para esta enfermedad es meramente sintomático y, aunque se están haciendo investigaciones y avances importantes en este sentido, no se dispone aún de un tratamiento curativo. El tratamiento se centra en las medidas de sostén: hidratación adecuada siendo con frecuencia necesario fraccionar las tomas, higiene de vías respiratorias altas y mantenimiento de una postura semiincorporada. Además, Lirola apostilla, "habrá que evitar fumar en el entorno del niño y se mantendrá una temperatura adecuada en la estancia. La mayoría de los niños se manejarán de forma adecuada en sus domicilios siguiendo estas medidas, aquellos que no se alimenten bien y que presenten un aumento el trabajo respiratorio serán los que necesitarán hospitalización".
La especialista hace hincapié en la importancia de facilitar a los padres una información adecuada sobre la bronquiolitis, y eso requiere que los médicos que atienden a sus hijos conozcan bien la enfermedad y el manejo más idóneo de la misma, para así evitar el uso, tan generalizado por otra parte, de fármacos no útiles y no carentes en ocasiones de efectos indeseables. "Los profesionales que atendemos a estos niños debemos dar los mismos mensajes y actuar de forma similar, de esta forma, los padres se sentirán más seguros y los niños estarán mejor tratados".
Por último, Lirola concluye que cada año, semana arriba, semana abajo, la bronquiolitis supone un gran incremento de la demanda asistencial y de las hospitalizaciones y "deberíamos estar preparados y dotados de recursos suficientes para afrontarlas".