Hay fantasmas de muchos tipos: los que se aferran a un edificio y sólo quieren molestar; antiguos inquilinos, que no quieren nuevos huéspedes en sus casas; niños traviesos, que enmudecen a los visitantes... Pero, sobre todo, hay fantasmas que murieron por amor o que tienen que ver con él.
Amor y fantasmas se vinculan a todas las ciudades, pero cuando es a nuestro Madrid, nos parece aún más cautivador. Uno de los ejemplos más conocidos es el misterioso caso de Elena de Mendoza en la Iglesia de San José.
Como en todo buen asunto de fantasmas que se precie, la historia varía según quien la cuenta, pero es generalizado que, a mediados del siglo XIX, un joven acudió a una fiesta donde estuvo disfrutando de una estupenda velada con una bella dama aristócrata madrileña. Juntos llegaron a la Iglesia de San José y allí ella se despidió de él, quien confuso, volvió a la mañana siguiente buscando una explicación. Sorprendido más que anhelante, lo que encontró fue la celebración de un funeral. Perplejo fue a preguntar casualmente a la prima de la difunta, que al mostrarle el rostro de la misma le hizo enmudecer, descubriendo que aquella hermosa mujer no era otra sino la joven Elena con quien había pasado la noche.
Una historia de amor y desamor mueve también, muy cerca de la San José, a otra Elena y la Casa de las Siete Chimeneas. Aquí vivían un capitán de Felipe II, Zapata, y su esposa Elena. Recién consolidado su matrimonio, el capitán es enviado al campo de batalla, donde fallece al poco tiempo y es entonces cuando se dice que la joven Elena enloquece y aparece muerta en su vivienda de forma extraña. Siempre se dijo que el mismo Felipe II tuvo que ver en ello, ya que o amaba o era amante de Elena. Es por eso que su espectro aparece algunas noches en el tejado, entre las chimeneas, señalando hacia el Palacio Real.
Un misterio más de los muchos sucesos que acompañan a este lugar, donde el padre de Elena también apareció muerto o entre cuyas paredes se han encontrado resto de cuerpos emparedados.
Quien sabe, tal vez los celos de amor son también los que dieron lugar a la Leyenda de la Panderetera de la calle de Segovia. Catalina González, en el Madrid de los Austrias, acostumbraba a asomarse a su ventana para deleitar a aquellos que pasaban con su belleza y su destreza musical, despertando el entusiasmo de los hombres y los recelos de sus enamoradas.
Catalina apareció muerta en su casa, provocando la alegría para más de una y más de dos. Pero, para desgracia de éstas, al tiempo, el espectro de Catalina empezó a aparecer de nuevo en su ventana. Cuentan que su casa nunca se volvió a habitar.
Por el contrario, hubo otros fantasmas que no volvieron a habitar en sus moradas, véase el caso de la Duquesa de Sevillano, Dª María Diega Desmaissières y Sevillano, de quien dicen que debiendo abandonar su palacio entre la calle de Caballero de Gracia y San Miguel para construir la Gran Vía, abandonó España, muriendo poco después, pero vagando cada noche en torno a su mansión, llorando amargamente por su pérdida.
Palacios y fantasmas van de la mano en Madrid. El más conocido, el Palacio de Linares y la pequeña Raimunda, que movió la curiosidad de todos los madrileños allá por los años 90, hasta el extremo de escuchar su voz: “Mamá, mamá, yo no tengo mamá”, oímos todos en aquellas psicofonías que incluso las revistas Tiempo o Tribuna nos regalaban en forma de cassette, aunque luego todo fueran dudas.
Pequeño era también Goyito, el niño que habitaba entre la novena y la décimo tercera planta del edificio de Telefónica. Nadie sabe de dónde viene, ni porqué precisamente ahí, pero los empleados dicen que siempre le veían cerca de las máquinas expendedoras de dulces, que sólo se encuentran en estas plantas. ¿Será que era un goloso?
Pero, de entre todos los fantasmas y hechos sobrecogedores que recorren nuestra ciudad, quizá el más curioso y sorprendente, el que un día más despertó mi atención, fue el del Baúl del Monje.
El lugar en cuestión era una tienda de antigüedades que se encontraba en la calle de Marqués de Monasterio, 10, en el barrio de Justicia, y donde también por los años 90 empezaron a sucederse episodios paranormales.
Muebles que se movían, ruidos inexplicables y objetos que violentamente caían del techo. Algunos dijeron que los hechos acompañaban al propietario, que ya había sufrido semejantes situaciones en otros espacios; otros, que eran producto del cuerpo encerrado en la vivienda de un individuo que murió por inhalación de humos. Pero, sea cual fuera la razón, no hay explicación para lo que allí sucedió, incluso aunque se hicieran grabaciones de todo ello.
¿Será posible recorrer la ciudad sin que los fantasmas y sus leyendas nos encuentren?