Se ratifica así el acuerdo alcanzado por la Junta de Arganzuela, el 15 de diciembre de 2021, con el fin de homenajear a este conocido colectivo de mujeres que, desde el siglo XVI y hasta el primer tercio del siglo XX, realizó la dura tarea de lavar en el río la ropa sucia de los ciudadanos de Madrid.
La imagen del 'campamento blanco' que formaba la actividad de las lavanderas, la ropa tendida y extendida en el suelo, forma parte de la historia de la capital y así fue reflejado en escenas pictóricas y literarias de Goya, Beruete, Arturo Barea, Aldecoa, Antonio Ferres o Pío Baroja.
Poca profundidad y abundancia de pequeñas islas dentro del cauce. Características que hacían del río Manzanares el entorno perfecto para ser utilizado por las lavanderas. Un grupo social que, a pesar de estar bastante marginado, constituyó un importante sector laboral en Madrid desde finales del siglo XVI hasta comienzos del XX.
Eran las encargadas de lavar la ropa de aquellos que podían permitirse este servicio. Su jornada comenzaba al alba, los esportilleros recogían la ropa sucia de las casas y las llevaban a los lavaderos. Aquí empezada una dura labor, que consistía en frotar la ropa sucia con las manos, piedras o una plancha de lavado con agua fría –helada incluso en invierno-, hasta que desaparecía la suciedad.
Utilizaban una técnica que consistía en hervir la ceniza de las cocinas para convertirla en jabón. Ese agua grisácea se colaba caliente junto a la ropa más sucia y al penetrar a través del tejido, la ropa quedaba limpia y blanca. Esto es lo que se denominaba 'hacer la colada'. Y todo por un sueldo que, a principios del siglo XX, difícilmente alcanzaba las dos pesetas diarias.
Jornadas de sol a sol, encorvadas y permanentemente húmedas, era normal que padecieran enfermedades como el reúma o la bronquitis. Junto a ellas, normalmente, sus hijos más pequeños. Por ese motivo, la reina Maria Victoria, esposa de Amadeo de Saboya creó, a finales del siglo XIX, el Asilo de las Lavanderas. Situado en lo que hoy ocupa la glorieta de San Vicente, esta casa acogía a los menores de cinco años mientras sus madres trabajaban.
La labor de estas mujeres -con edades que oscilaba entre los doce y los setenta años- y la presencia de lavaderos junto al río, fueron inmortalizadas por pintores, como Goya o Beruete; los pioneros de la fotografía o novelistas y poetas, como Ignacio Aldecoa, Pío Baroja o Arturo Barea, que las reflejaban recurrentemente en las páginas de sus obras.
A finales del siglo XIX, llegaron a trabajar unas 4.000 lavanderas en el Manzanares, aunque este número iría descendiendo con la llegada del agua corriente del Canal de Isabel II a las casas particulares de los madrileños, desapareciendo definitivamente en 1926, tras las obras de encauzamiento del río.