La menopausia tiene un diagnóstico retrospectivo. Sólo se puede afirmar que se ha producido cuando han pasado 12 meses desde la última regla. Este dato es importante porque, si bien algunas mujeres simplemente dejan de menstruar un buen día, muchas experimentan irregularidades en el ciclo menstrual durante años.
Algunas de las más comunes son:
- Periodos de sangrado más frecuentes.
- Periodos distanciados por varios meses.
- Sangrados más abundantes de lo habitual, muy ligeros, de mayor o menor duración, etc.
Aunque la menopausia no es una enfermedad, el organismo de las mujeres experimenta importantes cambios derivados de la progresiva disminución de la producción de dos hormonas, estrógenos y progesterona, implicadas en diversas funciones, tanto físicas como psíquicas y cognitivas.
Durante los años previos y posteriores, conocidos como perimenopausia, estos cambios hormonales pueden producir síntomas, que son diferentes en duración e intensidad en cada mujer. Algunos de estos síntomas son:
- Síndrome climatérico: sofocos, sudoración, palpitaciones y cefaleas, que pueden ser intensos y frecuentes, causando insomnio por la noche.
- Nerviosismo, irritabilidad, emotividad, depresión, insomnio y dificultad para lograr y mantener la concentración.
- Atrofia y sequedad genitales, que pueden ocasionar dolor al mantener relaciones sexuales.
- Irrupción o empeoramiento de la incontinencia urinaria, derivada de la atrofia genital y mucho más frecuente en mujeres que han tenido hijos.
A más largo plazo, la menopausia tiene dos efectos importantes en la salud femenina. En primer lugar, la falta de estrógenos puede derivar en osteoporosis o pérdida de masa ósea, que si no se trata de forma adecuada, puede ser la causa de fracturas graves y recurrentes. Para combatirla, hay que vigilar los niveles de calcio y vitamina D y suplementarlos si es necesario.
En segundo lugar, los estrógenos protegen de las enfermedades cardiovasculares a las mujeres en edad fértil, por lo que tras la menopausia es preciso redoblar la vigilancia de determinados factores de riesgo como el colesterol LDL, la hipertensión, diabetes tipo 2, obesidad, tabaco y alcohol.
En ambos casos, abandonar los hábitos tóxicos, dormir bien, llevar una dieta equilibrada y aumentar la actividad física son las principales herramientas preventivas.