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Los secretos de un fotógrafo ambulante

En su décima novela, el escritor y periodista Martí Gironell nos sumerge en la épica de los pioneros de la fotografía y en los misterios que rodearon al fotógrafo ambulante Valentí Fargnoli y sus retratos de la boda de Alfonso XIII. (Foto: Planeta).

Martín Gironell publica su décima novela, ‘El fabricante de recuerdos’

Paz Romanillos | Viernes 28 de octubre de 2022
Martí Gironell (Besalú, 1971) retrata en la novela ‘El fabricante de recuerdos’ (Planeta) la España de principios del siglo XX a través de la mirada de Valentí Fargnoli, un fotógrafo ambulante que vivió en Girona en la época, pioneros de la fotografía en nuestro país.

Fargnoli recorrió todas las comarcas gerundenses en bicicleta, cargado con su trípode y una rudimentaria cámara. Su buen hacer le llevó a ser invitado a documentar, en 1906, la boda de Alfonso XIII y Victoria Eugenia en Madrid, un evento ensombrecido por el atentado contra el cortejo nupcial cuando se dirigía al Palacio Real. En ese instante empieza la ficción en esta nueva novela, la décima, de este escritor y periodista apasionado por la historia.

El fabricante de recuerdos ha conseguido, además, el premio Prudenci Bertrana de novela en su 55 edición. Se trata de un reconocimiento a una novela escrita en lengua catalana, impulsado por la Fundación Prudenci Bertrana, y un galardón especialmente emotivo para Martí Gironell.

– ¿Cómo era la España de principios del siglo XX, en la que se desarrolla la historia de su novela?

– Era muy diferente de la actual. Hay fotógrafos que, ahora, utilizan el legado de Valentín Fargnoli para contrastar dos paisajes temporales, el de hace 100 años y el actual, tanto de la costa, como de la montaña. Pero, tampoco tiene nada que ver la miseria de entonces con la de ahora, ni la manera de ‘maquillarla’…

– Porque, también se ‘retocaba’ la realidad…

– Fargnoli fue el precursor del ‘retoque’. Trabajaba con decorados, que utilizaba cuando hacía retratos en las fiestas de los pueblos. Gente humilde del campo o la mar, que se ponía sus mejores galas para ser inmortalizados…

Fargnoli recorrió todo el país, no sólo Cataluña, porque participó en un proyecto del comisario Adolfo Mas, el Repertorio Iconográfico de España –destinado a la Exposición Internacional de Barcelona de 1929–, que consistía en retratar todo el patrimonio de todo el país. Las fotografías reflejan un momento económico y político muy convulso. Así, tuvo la suerte de poder entrar en los palacios de los nobles y los caciques de la época y, al mismo tiempo, alternar con la gente más humilde. Su legado es la memoria colectiva de aquel momento.

– Lo que relata sobre su trabajo en la boda de Alfonso XIII, ¿es una licencia dramática?

– Pues, ahí está la gracia. Todos los expertos con los que me he documentado coinciden en que recibe la distinción de Alfonso XIII después que le hiciese unas fotos de su visita en Girona y en Barcelona. Esa distinción le permite viajar a Madrid, el 31 de mayo de 1906, para tomar fotografías del momento histórico. Pero, esas fotos nunca se han visto, nunca se publicaron y, además, se sabe que, a principios de junio, se marcha dos años a Buenos Aires. A partir de estas dos realidades, planteo una hipótesis en la novela.

¿Qué paso con esas fotografías? Quizá acabaron, como muchas otras, en el río, en Girona, porque eran comprometidas. ¿Pudiera ser que él hace estas fotos y no las publica porque podían perjudicarle y relacionarle con el atentado real? Cuando escribes novela histórica y encuentras lagunas como estas, las rellenas con la imaginación y con documentación para hacer verosímil el relato.

– ¿Cómo llega hasta la historia de este fotógrafo?

– Me llega antes su obra que él. Yo soy de Besalú, que es un pequeño pueblo al norte de Girona repleto de románico y él fotografío este patrimonio. La primera foto que vi fue una fachada de un antiguo hospital románico de Besalú y me quedé embelesado por cómo lo retrató, con una luz y una perspectiva distinta de muchas otras que he visto.

Empecé a interesarme por estas fotos y por su autor y, una vez entras en su historia, aprendes también cómo se revelaban las fotos, un proceso largo, laborioso y muy artesanal. Por eso, creo que también era el momento de homenajear a esta gente, a su labor casi épica, montados en bicicleta, con el trípode y la cámara al hombro, autores de los retratos de un tiempo irrepetible… Es el tiempo de las fotografías ‘post-mortem’ de niños, familias que cuando se les muere un crío a una edad muy temprana llaman al fotógrafo para que inmortalizar su imagen; de las excursiones a las que se llevaba un fotógrafo, para inmortalizar el momento… O, no. Era también el momento de la incertidumbre de seis fotos (trabajaba sólo con seis placas), que podían quedar movidas o que la luz no estuviera bien. Imagínate el nudo en el estómago con el que se ponían a revelar al llegar a casa…

– ¿Qué le resulta más complicado de escribir con la perspectiva histórica?

– Para que el relato resulte creíble y verosímil, tiene que encajar con la época. Esta es mi décima novela y trato de que no se vean las costuras de artefacto, porque, para reconstruir el momento, hay que partir de la documentación, que muchas veces es muy fría, hay que darle vida... En este caso, el lector tiene que ver cómo era la España de principios del siglo XX a través de los ojos y la sensibilidad de un hombre como Fargnoli, que se planteaba cosas como hacer una foto de un pueblo de la costa, pero desde el mar, con los medios de entonces y montando con su trípode en una barca…

– Este libro es muy especial, porque viene con un premio bajo el brazo y no un premio cualquiera. ¿Se siente profeta en su tierra?

– Ganar el Premio Prudenci Bertrana es un orgullo y una responsabilidad. Jugar en casa es muy delicado y puede ser peligroso, pero a la vez te da una gran satisfacción. Evidentemente, me hace mucha ilusión, porque yo presente este premio muchos años y siempre pensé que algún día me gustaría que fuera al revés y que me llamaran a mí para recoger el premio. Para mí, es un regalo y un sueño hecho realidad.

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