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'Lo cursi': dos siglos de un gusto relativo

Podría afirmarse, como hacen Ortega y Gasset y Gómez de la Serna, que no puede entenderse la segunda mitad del siglo XIX en España sin asumir que supuso el triunfo de la cursilería. (Foto: CentroCentro).

'Elogio de lo cursi' traza una genealogía de este término, desde su aparición a comienzos del siglo XIX

Carlota García-Ruiz | Miércoles 09 de agosto de 2023
La exposición traza una genealogía de lo que ha estado asociado a lo cursi desde la aparición de la palabra, a comienzos del siglo XIX, y cómo su historia guarda relación con la ruptura de las normas de clase, las de género o la construcción de 'lo español' antes de la llegada del siglo XX.

Hasta el 8 de octubre, estará abierta al público en la planta 4 de CentroCentro, la muestra Elogio de lo cursi, comisariada por Sergio Rubira.

Reúne una selección de más de 100 piezas de la cultura popular: muebles y objetos decorativos, libros, fotonovelas, cómics, postales, carteles publicitarios, anuncios de obras de teatro, fotografías de escena, procedentes de instituciones como el Museo de Historia de Madrid, Museo de Arte Contemporáneo, Museo del Romanticismo, Museo de Artes Decorativas, Colección Madrazo, Biblioteca Histórica de Madrid o Centre de Documentació i Museu de les Arts Escèniques Institut del Teatre.

Además, incluye citas de autores como Benito Perez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Jacinto Benavente, Ramón Gómez de la Serna o Enrique Tierno Galván, y obras contemporáneas de artistas como las Costus o Nazario.


La reivindicación de 'lo cursi'

El Diccionario de la Real Academia Española de Lengua define cursi como un adjetivo “dicho de una persona que pretende ser elegante y refinada sin conseguirlo”; “dicho de una cosa que, con apariencia de elegancia o delicadeza, es pretenciosa y de mal gusto”. Relacionado con otros términos como los de 'kitsch' y 'camp', define un cierto tipo de mal gusto que tiene que ver con la nostalgia, la aspiración y la copia degradada.

El término pareció en la lengua española a comienzos del siglo XIX y tiene un origen disputado. Algunos buscan su etimología en la abreviatura de cursiva, caligrafía que se puso de moda por influencia de Inglaterra a finales del siglo XVIII, muy difícil de imitar. Otros lo encuentran en dos personajes que han adquirido casi el carácter de mito: las hermanas Sicur de Cádiz, que copiaban la moda de París, la exageraban y con adornos ocultaban las manchas, los desgarrones y los brillos de unos vestidos desgastados por el tiempo. Cuando paseaban, las gritaban: ¡Sicur! ¡Sicur! ¡Sicur! ¡Sicur! De este modo, por la repetición, su apellido invertido se convirtió en sinónimo de ridículo.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, los cursis fueron, fundamentalmente, aquellos jóvenes de clase media baja o clase baja que copiaban las actitudes y el gusto de la burguesía adinerada y la aristocracia, clases a las que no pertenecían y que les querían excluir.

En las novelas de esta época se encuentran numerosos ejemplos de personajes cursis, como Rosalía Pipaón, protagonista de La de Bringas, de Pérez Galdós, cuyas aspiraciones siempre fracasaban. Ser cursi suponía un desplazamiento de clase que no podía admitirse. De este modo, el político conservador Francisco Silvela vinculó la cursilería a la revolución.

La cursilería se dio también en los aristócratas que querían imitar el 'buen gusto' francés: algunos, nostálgicos, encontraban sus modelos en Versalles; otros, más modernos, lo buscaban en París, sin conseguirlo, porque aquí llegaba alterado.

Sucedió lo mismo con los burgueses, que miraban a la nobleza y compraban muebles y bibelots de oferta, con los que adornar sus casas como si fueran palacios. Podría afirmarse, como hacen Ortega y Gasset y Gómez de la Serna, que no puede entenderse la segunda mitad del siglo XIX en España sin asumir que supuso el triunfo de la cursilería.

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