Así, el domingo 26 de noviembre, a las 11.30 horas, la Sala de Cámara del Auditorio Nacional acoge un homenaje a Paco de Lucía, con Alejandro Hurtado a la guitarra y Andrés Barrios, al piano.
El domingo 3 de diciembre hay doblete. Por la mañana, a las 12.00 horas, en el Teatro Lope de Vega, vuelven los genios de la música de cine, con las mejores bandas sonoras de Ennio Morricone, Hans Zimmer, John Williams y Joe Hisaishi.
Por la tarde ese mismo día, en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, cita con otras dos obras maestras de la historia de la música: Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 35, de Tchaikovsky, y la impresionante Sinfonía núm. 5, de Mahler, con la Orquesta Clásica Santa Cecilia, dirigida por Juan Pablo Valencia y con el joven violinista norteamericano Kevin Zhu, que comenzó sus actuaciones con sólo tres años y suele tocar un violín Stradivarius de 1722.
Las primeras cuatro sinfonías de Mahler se desarrollan a partir de la naturaleza y el canto, mezclando a la perfección la voz humana con la orquesta y abrazando asociaciones programáticas.
Con la Quinta Sinfonía emerge un estilo nuevo y estimulante que es, por momentos, más gélido, austero y puramente orquestal. Puede que Bach, Mozart y Beethoven todavía sean los favoritos en las salas de conciertos clásicas, pero, probablemente, en los últimos tiempos sea más popular el compositor y director de orquesta austriaco Gustav Mahler (1860-1911). Su música es tan dinámica, tan diversa, melódica e instantáneamente reconocible, que ha sido la favorita de muchos aficionados durante más de cincuenta años.
La Sinfonía n.º 5 surgió durante un período de cambio personal para Mahler. Había disfrutado de un gran éxito como director de la Filarmónica de Viena, pero se vio obligado a dimitir en 1901, tras caer gravemente enfermo. Hacia finales de año, su suerte volvió a cambiar cuando conoció a Alma Schindler, una joven inteligente y artística, con quien se casó en 1902.
Quizás fue este inesperado roce con la mortalidad, yuxtapuesto con el descubrimiento del amor verdadero, lo que dio tanta intensidad al Adagietto que se hizo muy popular en el final de la película Muerte en Venecia. En busca de una pieza musical que hiciera eco de eventos similares en la pantalla, Visconti no sólo usó la música de Mahler, sino que también se tomó la libertad de convertir al personaje principal de Muerte en Venecia, Gustav Von Aschenbach, de escritor a compositor.
Visconti utiliza hábilmente el Adagietto para rematar la película. Crea un ambiente melancólico cuando el barco de Aschenbach llega a Venecia en la inauguración y regresa cuando el compositor muere bajo la lluvia. Pero, por supuesto, hay mucho más en esta sinfonía de cinco movimientos que el exquisito Adagietto.
La Quinta es la primera de las sinfonías de Mahler en la que abandonó un enfoque programático; de modo que, en lugar de dictar lo que la música debería significar para nosotros al proporcionarnos algún tipo de narrativa, la música sugiere una especie de drama personal interno. El crucial Adagietto forma un eje sobre el cual la tragedia se convierte en triunfo.
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