Así lo ha aprobado el Consejo de Gobierno madrileño en enero, aunando estas obras, pertenecientes a colecciones privadas, en dicha categoría, por sus "valores histórico y artístico".
El cuadro de Coello corresponde a un boceto llevado a cabo para uno de los óleos más importantes que se hicieron en Madrid, la Anunciación con los profetas y sibilas que vaticinaron la llegada del Mesías, del monasterio de la Encarnación Benedictina (San Plácido).
La obra pertenece a una tipología que tenía un "gran auge" en el barroco madrileño, los grandes cuadros del altar. En ella, el autor da prueba de su extraordinario dominio de la escala, el espacio, la composición, la perspectiva y el color.
Su importancia radica no sólo en ser el "prototipo" para una pintura final, sino en que es, además, un "ejemplo de la maestría de su autor" para exponer una multitud de figuras con aparato y teatralidad, sin la severidad tradicional, dando lugar a una escenografía colorista y luminosa, con un excepcional sentido del color, teniendo entre sus fuentes Rubens y Tiziano.
La Virgen del Sombrero, por su parte, reúne unos valores cualitativos e iconográficos determinantes, conformando una imagen muy característica de la producción del pintor Luis de Morales, uno de los más relevantes de la historia del arte de España.
El cuadro, restaurado recientemente, aglutina influencias italianas y flamencas características de la obra de su autor, destacando en especial la delicadeza con que se representan los rostros de la Virgen y el Niño, la pericia técnica con que se definen las transparencias de las cintas del sombrero y la exactitud en el dibujo de la mosca posada sobre la manga de la Virgen.
El conjunto de tres elementos escultóricos, obra de Felipe Bigarny y su taller, está compuesto por dos figuras de 'putti' (niños alados) y un sillar con relieves decorativos, que formaban parte del sepulcro de don Diego de Avellaneda y doña Isabel de Proaño.
Las figuras, datadas entre 1536 y 1543, están realizadas en alabastro y muestran un "trabajo de cuidada técnica", que se refleja en el delicado tratamiento de las superficies pulidas y el detalle de la talla del cabello y los pliegues de los ropajes que visten las figuras.
También destaca la incorporación de elementos de la estética renacentista, como la idealización de los tipos, la monumentalidad o la pureza de líneas.