La exposición Paul Durand-Ruel y los últimos destellos del impresionismo en la Fundación Mapfre (Sala Recoletos, Madrid) destaca por su enfoque único en la figura del marchante Paul Durand-Ruel, quien fue fundamental en la promoción del impresionismo y de los artistas que conformaron la tercera generación postimpresionista.
La muestra no sólo pone en valor la influencia de Durand-Ruel en el desarrollo de este movimiento artístico, sino que también busca destacar a cinco artistas "herederos del impresionismo" (Henry Moret, Maxime Maufra, Gustave Loiseau, Georges d'Espagnat y Albert André), quienes, gracias a su respaldo, alcanzaron reconocimiento en la historia del arte.
André y D´Espagnat, más cercanos a los nabis, prefirieron centrarse en los retratos, las escenas de género y la pintura decorativa. La comisaria de la exposición, Claire Durand-Ruel, achaca la menor difusión de estas figuras a la circunstancia de que el marchante no viviría los suficientes años para respaldarlos (murió en 1922, cuando él contaba noventa años, pero ellos estaban en la plenitud de sus carreras) y al hecho de que aquel fuera un momento de eclosión de las vanguardias, pareciendo menores sus avances.
Son cerca de sesenta las piezas que forman parte del recorrido, obras que la comisaria, tataranieta de Durand-Ruel, califica como “pastillas contra la depresión” y que se nos ofrecen tras una sección introductoria en la magnitud de la labor de este coleccionista, a quien se le deben métodos de trabajo con los artistas que anticiparon los de la mayoría de las galerías hoy: demandaba exclusividad, compraba su producción en bloque, los apoyaba en subastas y organizaba individuales y colectivas –tanto en Europa, como en Estados Unidos–. Además, les ofrecía un salario mensual.
Entendió los mecanismos del mercado del arte y prácticamente creó los suyos, tomó conciencia de la importancia de mantener un trato personal y de confianza con sus representados, a quienes visitaba en sus estudios, y les facilitaba su vida diaria al permitirles hacer frente a alquileres, desplazamientos o compras de material.
Su familia quiso mantener esa labor, hasta que cerró la última de sus galerías, hace cincuenta años. En la Fundación Mapfre se ha recreado un salón decimonónico, presidido por un buen retrato del mecenas a cargo de Renoir y con las puertas que Espagnat realizó para la residencia de su hijo Joseph (otras puertas suyas las contemplaremos después).
Gustave Loiseau, el primero de los creadores examinados, viajó a Pont-Aven por consejo de uno de sus profesores y allí entablaría amistad con Moret y Maufra, y todos ellos, a su vez, con Gauguin, quien entonces, como Bernard y Sérusier, desarrollaba un estilo sintético basado en extensos planos de color puro y pinceladas amplias que conjugaba con recursos propios del llamado 'cloisonismo', el enmarcado con líneas negras, en referencia a las vidrieras. Esos modos de hacer no tendrían mucho peso en Loiseau, aún apegado al dinamismo de las pinceladas impresionistas y al modelado simple, como apreciaremos en sus composiciones dedicadas al Sena y sus ríos afluentes, al Canal de la Mancha o las costas bretonas; sin embargo, a diferencia de sus mentores, evitaba los momentos más luminosos del centro del día, para trabajar al amanecer o la caída de la tarde. Eso sí, él también se dejó atrapar por el bullicio de los bulevares de París o Ruan, más allá de las estaciones.
En cuanto a su amigo Maufra, su gran fascinación fue Turner, cuya obra conoció en un viaje juvenil a Londres. Sus escenarios habituales fueron las costas de Normandía y Bretaña, y Gauguin, pese a las diferencias evidentes en sus caminos, le invitó a perseverar en el suyo: el de tratar de captar paisajes en plenitud desde pinceladas sólidas, pero también atendiendo a los efectos atmosféricos. En sus composiciones, claramente estructuradas, no suelen aparecer figuras humanas y mar y rocas cobran todo protagonismo frente al cielo. Otros motivos suyos fueron la naciente modernidad en París o la pureza de la vida campesina bretona.
La triada paisajista de esta muestra culmina con Moret, formado en París y admirador temprano de la Escuela de Barbizon. En 1888, se instaló en Pont-Aven, como los anteriores conoció a Gauguin y, en este caso sí, su encuentro con el amante de Tahití resultaría decisivo: sus temas bretones los abordó a partir de contornos marcados y colores planos, como en Recoletos podemos apreciar en sus composiciones La recolección del heno y Prado en Bretaña, donde aparecen, además, rosas y verdes muy característicos de su paleta.
Durand-Ruel le aconsejó adoptar formatos más pequeños y suavizar sus tonalidades para encontrar mejor salida comercial a sus propuestas, y él le hizo caso: como resultado, su producción se acercó cada vez más al impresionismo, pues, además, estudió los cambios cromáticos propiciados por las transformaciones de la luz a lo largo del día y de las estaciones.
Albert André, por su parte, no sólo se empleó como pintor: también se dedicó a la decoración y la ilustración, fue conservador de museos y el primer biógrafo de Renoir. Se relacionó con Bonnard, Maurice Denis y Vuillard, acercándose, por tanto, a la concepción 'nabi' de la pintura, heredera del sintetismo de Gauguin y de su exaltación de lo visible por la vía de los colores intensos. Una de sus composiciones más destacadas, Mujer con pavos reales, nos ofrece un evidente carácter decorativo, él mismo con el que planteó las puertas que Durand-Ruel le pidió para su casa en París, que han llegado igualmente a Mapfre.
Su obra avanzó hacia un mayor intimismo, patente en sus interiores y escenas familiares, y en pinceladas más clásicas y reposadas. Tanto en sus escenas cotidianas, como en sus paisajes mediterráneos, abundan, igualmente, los tonos pastel.
En la carrera de George d´Espagnat, como dijimos, predominaron asimismo los interiores y las escenas de género más que los paisajes. Autodidacta y quizá más libre en sus referencias que el resto, sí admiró especialmente a los impresionistas y empleó lienzos de gran tamaño, aunque no siempre trabajó al aire libre y fue ganando en decorativismo, bebiendo de los nabis.
Es posible, en definitiva, encontrar en sus piezas primeras una anticipación del brío fauvista hasta que, tras desplazarse al sur de Francia al final del siglo XIX, su paleta se suavizó. Evolucionó desde sus fondos simplificados y sus composiciones claramente construidas hacia un intimismo y una alegría que puede asociarse con el último Renoir.
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