Antes no sabíamos. Pero, ahora, sabemos mucho más. El 2020 nos trajo un virus que ha puesto patas arriba nuestras vidas, arrebatándonos seres queridos, amigos, encerrándonos en casa durante tres meses, lejos de familia, amigos y trabajos, y dejando la economía al borde del precipicio.
Hoy, ocho meses después, sabemos bastantes más cosas de la Covid-19, aunque nos faltan las fundamentales: una vacuna para desactivarlo y tratamientos probados para, al menos, conseguir que se quede en una gripe sin más consecuencias.
Si alguna certeza tenemos es que la distancia de seguridad entre personas, el uso de mascarillas como un elemento más de nuestra vestimenta cotidiana y la higiene frecuente de manos, son nuestra tabla de salvación, y mejor al aire libre.
Esto son medidas que atañen a la responsabilidad personal, que sólo nosotros podemos incorporar como hábito casi automatizado a nuestro comportamiento, aunque nos exijan un grado de atención ciertamente alejado del concepto ‘desconectar’ en vacaciones.
A las autoridades competentes debemos pedirles también que cumplan su responsabilidad y provean de los medios necesarios, desde personal sanitario o rastreadores hasta capacidad suficiente para hacer pruebas diagnósticas y tratar y aislar a los casos positivos de Covid, para que el virus deje de circular a sus anchas.
Sólo si estamos seguros la actividad económica, vital, podrá recuperarse. Si volvemos al principio, el golpe será difícilmente recuperable.
Por eso, pedimos a toda la sociedad que ponga cada uno su granito de arena, jóvenes, no tan jóvenes, familias que ansían verse, abuelos a los que proteger, quien trabaja, quien está de vacaciones... que no bajemos la guardia, porque allá donde vayamos irá el virus. Ahora sabemos pararlo: no hay excusa.
Si (
No(