La edad de maternidad en España ha aumentado. En 2024, el 10,44% de los nacimientos fueron de madres mayores de 40 años. Aunque conlleva riesgos, es posible un embarazo saludable con un buen seguimiento médico.
Desde mediados de la década de los 70, la edad de la maternidad no ha cesado de incrementarse en Europa y en España: según los datos del INE, si en 2009 en el 4,65% de los nacimientos las madres tenían una edad igual o superior a 40 años, en 2024 fue el 10,44%, habiendo alcanzado su pico máximo en 2022 (10,99%). De éstas, en 2024, casi el 1% tenían 50 ó más años.
La edad materna avanzada se asocia con mayor frecuencia de riesgos durante el embarazo, tanto maternos –mayor probabilidad de comorbilidades como obesidad, diabetes e hipertensión o placenta previa– como neonatales –entre otras, retraso del crecimiento uterino, peso al nacer superior a cuatro kilos (macrosomía) o malformaciones genéticas–, así como más riesgo de parto prematuro o cesárea.
“Sin embargo, esto no significa que pasados los 40 no sea posible llevar un embarazo saludable y controlar los riesgos asociados”, señala el Dr. Juan José López Galián, jefe de Servicio de Ginecología y Obstetricia del Hospital Quirónsalud San José. Las tres pautas principales serían una dieta equilibrada (rica en fruta, verduras y fibra vegetal), ejercicio físico y descanso, además de seguir de manera rigurosa las recomendaciones médicas.
Junto a ello, el primer paso una vez tomada la decisión de quedarse embarazada sería una revisión ginecológica completa, que incluya una entrevista para revisar antecedentes familiares, enfermedades actuales o antiguas, infecciones pasadas, vacunaciones previas, cirugías anteriores, alergias y hábitos; una exploración física y pruebas complementarias, como una ecografía transvaginal y una citología con el fin de valorar el estado del cuello del útero; y una analítica general que valore la situación basal de la mujer: un hemograma para descartar anemia o problemas con las plaquetas, el grupo sanguíneo, la concentración de glucosa en sangre, la funcionalidad del hígado y del riñón, las hormonas tiroideas, las serologías de enfermedades infecciosas (que informan de las infecciones que la paciente ha pasado, las que no y para las que es inmune), la orina, etc.
“Y, por supuesto, un control riguroso de los factores de riesgo descritos –control del peso, de la glucosa y de la tensión arterial–, del desarrollo del bebé y de las recomendaciones médicas”, concluye el experto.