El Colegio castellano-manchego reivindica la trayectoria profesional de este arquitecto y maestro de arquitectos que fue el navarro, sobre cuya figura patrocinó la publicación de un libro 'Sáenz de Oíza, Arquitecto', en 2019, obra de Miguel Angel Baldellou.
Coincidiendo con el vigésimo aniversario de su muerte, el Colegio de Arquitectos de Castilla-La Mancha (COACM) reivindica la trayectoria profesional del arquitecto y maestro de arquitectos, que fue Francisco Javier Sáenz de Oíza.
Nacido en la localidad navarra de Cáseda, en 1918, y fallecido en Madrid, el 18 de julio de 2000, Sáez de Oíza ha sido considerado de forma unánime por la crítica especializada como uno de los maestros de la arquitectura española de la segunda mitad del siglo XX.
Así, en 2019, se publicó Sáenz de Oíza, Arquitecto, obra Miguel Ángel Baldellou, que fue posible gracias a la colaboración y el apoyo financiero del COACM. El libro sobre el genial arquitecto navarro se presentó en Guadalajara en primicia, luego en Madrid y posteriormente en Talavera de la Reina. El trabajo de Baldellou sobre Oíza era un proyecto editorial muy maduro, al que le faltaba financiación. “Baldellou nos ofreció la posibilidad de colaborar en la edición del libro y nos pareció muy interesante, por la dimensión global del personaje, aunque Oíza no tuviera una vinculación estrecha con Castilla-La Mancha, porque su obra tenía un ámbito nacional y muy centrada en Madrid, donde desarrolló gran parte de su trabajo”, explica José Antonio Herce, presidente de la demarcación de Guadalajara del COACM.
Sin embargo, sí hay puntos de encuentro entre el arquitecto y la tierra castellano-manchega. Sáenz de Oíza, a través de su padre, tuvo vínculos con la ciudad toledana de Talavera de la Reina, al comienzo de su carrera profesional. La epidemia de gripe española que asolo el país en el pasado siglo hizo que la familia del arquitecto se trasladara a Navarra. A partir de esta revelación, la demarcación de Guadalajara se dirigió a Miguel Ángel para que “ampliara el capítulo que trataba sobre esta etapa familiar del arquitecto en la provincia de Toledo y eso nos permitió involucrar al resto de demarcaciones del Colegio”, continua José Antonio. Un episodio éste que lamentablemente ha vuelto a la actualidad por motivos obvios. Además, varias generaciones de los actuales colegiados de Castilla-la Mancha habían sido alumnos suyos en la ETSAM.
Nobuko, editora del libro, propuso al COACM una fórmula para patrocinar la publicación que la hizo viable. “Esta ha sido nuestra principal aportación a este proyecto, de un interés evidente, porque echábamos en falta más trabajos sobre Oíza. Además, tiene una particularidad respecto a otras publicaciones. El arquitecto navarro, por su genialidad, es un personaje de personalidad arrolladora. Por ello, hacía falta un libro centrado sobre su obra que narrase su trayectoria desde la distancia.
Con posterioridad, la Demarcación de Guadalajara tuvo la oportunidad de indagar en los ámbitos del mecenazgo de los Huarte en los que se desenvolvían tanto Oíza como Cela, tan vinculado a esta provincia. Debería haber más trabajos sobre su figura. Es un arquitecto que trasciende las fronteras españolas, debería estudiarse en cualquier libro de historia de la arquitectura del siglo XX”, finaliza Herce.
Sobre Sáenz de Oíza
Titulado en Madrid en 1946, su arquitectura recorrió los principales caminos que marcaron esa época con inusitada brillantez. En las distintas etapas en que puede dividirse su obra logró realizar varias piezas maestras.
Así, en una primera, que abarca desde 1946 hasta finales de la década de 1950, la obra clave fue la Basílica de Aránzazu, en Guipúzcoa, en la que revisó las premisas de la arquitectura religiosa, su relación con las artes plásticas y la modernización del lenguaje en una obra de arte total.
Entre 1953 y 1960, su ocupación prioritaria se volcó en la vivienda de mínimos, logrando caracterizar la arquitectura social de la época, con numerosas obras y proyectos en Madrid: viviendas en el Manzanares, poblados de Fuencarral A, de Entrevías y las unidades vecinales de Batán y Loyola.
En la década de los sesenta, su trabajo giró en torno al proyecto y construcción del edificio de Torres Blancas, en Madrid. Esta obra supuso su definitiva consagración en el panorama internacional. La década de los setenta, estuvo protagonizada por la construcción de la torre de oficinas para el Banco de Bilbao en Madrid, en la que realizó una síntesis memorable de sus experiencias anteriores. A partir de los años 80, su arquitectura se diversificó en opciones formales que acentuaron su perfil ecléctico. En estos años construyó varios ejemplos notables que fueron acompañados de la polémica.
Su decidida vocación le llevó a participar, desde el principio de su profesión, en numerosos concursos en los que triunfó con frecuencia y que le permitieron experimentar con sus propios límites expresivos. Su capacidad para la invención figurativa y para la precisión técnica constituyeron las bases sobre las que cimentó sus mejores propuestas, que le otorgaron el puesto de privilegio que ocupa en la memoria de sus numerosos seguidores y discípulos.
La ciudad de Madrid, en cuya Escuela de Arquitectura dejó una huella profunda como maestro de varias generaciones, le debe dos de sus iconos más representativos: el edificio de Torres Blancas y el del Banco de Bilbao. Aunque sólo fuera por estos dos geniales obras, su memoria debería ser recordada por la capital de forma permanente.