Tal cual. En los años 30 y 40 del siglo pasado, la capital de España bullía de espías, agentes y propagandistas. En realidad, la cosa venía de más atrás; digamos que desde la Gran Guerra (1914-1918).
Ahora bien, la proclamación de la II República y la Guerra Civil trajeron a España multitud de efectivos civiles y militares, que se sumaron a los españoles que desarrollaban tareas de inteligencia y espionaje. La II Guerra Mundial convirtió a Madrid, que se recuperaba de los años de lucha fratricida, en uno de los lugares donde el Eje y los Aliados libraban un combate silencioso, pero crucial.
Así, por ejemplo, en el Madrid republicano (1936-1939) operaron cuatro servicios de inteligencia soviéticos: el militar del Ejército Rojo, la inteligencia naval de la Marina, el del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (el terrible NKVD) y el Departamento Internacional de Enlace de la Komintern (cuyas siglas en ruso eran OMS), que era el servicio de espionaje de la Internacional Comunista.
Precisamente para la OMS en Madrid trabajaba el húngaro Erno Gerö (1898-1980), un tipo francamente peligroso, aunque tal vez el más famoso de los agentes soviéticos fue Alexander Orlov, segundo jefe de la estación del NKVD, que operaba desde la propia embajada soviética. Boris Volodarsky le dedicó un libro muy interesante, El caso Orlov. Los servicios secretos soviéticos en la Guerra Civil Española (Crítica, 2013).
No todos los agentes soviéticos actuaban desde oficinas diplomáticas. Arthur Koestler (1905-1983), por ejemplo, actuó a las órdenes de la Komintern bajo la cobertura de corresponsal de prensa. Nunca se ha sabido con certeza donde se alojó cuando llegó a Madrid en octubre de 1936; probablemente, fue en el Hotel Florida, en la plaza de Callao. Allí se alojaban la mayoría de los periodistas que llegaban a cubrir el conflicto y era fácil pasar desapercibido.
El mando militar soviético estaba en el Hotel Gaylord's, en la calle de Alfonso XI, 3, pero sus oficiales iban de paisano, así que no era fácil identificar sus graduaciones. Propiedad del señor Lebenfeld, un hombre de negocios alemán, lo habían diseñado los arquitectos Bergamín y Blanco Soler. A tiro de piedra de la Gran Vía, era uno de los símbolos de la modernidad madrileña. Junto al Ritz y al Palace, era el príncipe de los hoteles capitalinos. Por aquí sí que se podía ver a Orlov, a Gorev, el 'residente' del servicio de inteligencia militar, y a otros de sus compañeros.
Por supuesto, los soviéticos no eran los únicos que tenían agentes en la capital. Los británicos y los franceses, por ejemplo, también tenían sus servicios de inteligencia operando a pleno rendimiento. El mítico salón de té Embassy (Castellana, 12) fundado pocos años antes -en 1931- por la irlandesa Margaret Kearney Taylor, se convertiría en uno de los lugares de conspiraciones y encuentros más importantes de aquellos años. Cuando este local legendario cerró sus puertas en 2017, la memoria de Madrid se quedó un poco huérfana.
A fin de cuentas, los lugares también se alimentan de recuerdos.