El Museo del Prado nos da la oportunidad, hasta el 17 de julio, de deleitarnos en la exposición La esencia de un cuadro. Una exposición olfativa. El título ya nos sugiere lo que podemos encontrar en ella, una interesante “experiencia de los sentidos” en torno al cuadro 'El Olfato', una obra del conjunto de pinturas que representan alegóricamente los cinco sentidos y en la que colaboraron Jan Brueghel el Viejo y Rubens.
Y colaboración es lo que encontramos en la exposición en sí misma, porque, junto al cuadro, encontramos 10 fragancias creadas especialmente para la ocasión. Oleremos las rosas, los lirios, los jazmines o las naranjas que descubrimos en el cuadro. Esta 'exposición inmersiva' -como es habitual que nos provoque el arte- nos sirve de excusa para reflexionar sobre lo cotidiano. En este caso, acerca de cómo algunas de nuestras capacidades sensoriales nos ayudan a configurar el mundo en nuestra mente. Pero, también desde un punto de vista más científico, cómo podemos sacarle partido y mejorar nuestra vida.
Los órganos de los sentidos nos abren al mundo, nos ponen en contacto con lo que está más allá de nuestro límite biológico, más allá de nuestra piel -que es sentido y sensibilidad en sí misma-.
El proceso de 'percibir' es relativamente simple y automático, los receptores sensoriales se activan en función de la presencia o no de estímulos. Sentimos el mundo porque las moléculas químicas del olor y sabor, los fotones de luz, las ondas del sonido o las irregularidades de una textura son recogidas por receptores de células especializadas, se transforman en impulso eléctrico, son transportados por nuestros nervios como si fueran autopistas de datos y llegan a nuestro cerebro. Allí, nuestras sensaciones se ordenan y conforman en nuestra mente. Cada uno disfrutamos de un mundo de sensaciones propio que nos dice quiénes somos, donde estamos y qué sucede a nuestro alrededor.
Y digo disfrutar, porque oler, degustar, oír, tocar, ver, puede ser un verdadero placer que, además, activa áreas de nuestro cerebro que la neurociencia actual demuestra involucradas con las emociones, la cognición y directamente con la memoria. En especial, el olfato, que en esta exposición han incluido tan acertadamente. Olamos el mundo.
Diferentes fragancias evocan diferentes momentos de nuestra memoria, recuerdos en los que lo revivido no es sólo el olor, sino toda la vivencia emocional que le acompañaba. Son la experiencia más subjetiva que tenemos, una experiencia que incorpora el cuerpo entero y que, en muchos casos, 'desplaza' incluso a la capacidad de lenguaje tan inherentemente humana. ¡Nos quedamos sin palabras!
Quedarse sin palabras es algo muy vinculado a las emociones, a experiencias estéticas y placenteras. Quedarse sin palabras en un volverse hacia sí mismo, hacia el diálogo interior. Oler el mundo como retorno a uno mismo.
Hace ya algunos años, los neurocientíficos establecieron un vínculo entre la anosmia –perdida de olfato- y la enfermedad de Alzheimer, Parkinson y otros tipos de demencia neurodegenerativas, estimando que hay una correlación de un 90%. Para algunos especialistas, abrir estos canales olfatorios, estimular nuestro olfato de manera eficiente, podría ser un tipo de ejercicio preventivo para estas enfermedades. Oler el mundo para prevenir su pérdida.
La puerta por la que entra este mundo de los olores a nuestro cerebro es un área pequeña, aproximadamente el 0,01% de nuestro volumen cerebral: el bulbo olfatorio. Pero, a diferencia de lo que pasa con los otros sentidos, que tienen que atravesar otras áreas más complejas, desde el bulbo olfatorio el acceso al cerebro es directo. Aún más, el acceso a la amígdala es directo.
La amígdala modula una parte esencial y a veces no muy agradable de nuestra emotividad y nuestra memoria: se activa cuando tenemos miedo, enfado, ira, estrés o ansiedad. Entonces, sólo vemos y sentimos lo que nuestra primitiva amígdala nos dicta. Sin embargo, la amígdala se puede inhibir y quien mejor lo hace es nuestro bulbo olfatorio. Cuando olemos ciertos olores conseguimos desactivar nuestra amígdala. Oler el mundo para calmarnos.
Tenemos una increíble dotación biológica, que nos permite captar cientos de los estímulos sensoriales que nos rodean y que no somos habitualmente conscientes de procesar, aunque lo hacemos. Hagámoslo consciente. Ejercitemos nuestra capacidad de oler. Será un disfrute para nuestros sentidos, pero también un ejercicio para nuestra mente y un bálsamo para nuestras emociones.