Sus creaciones reflejan su visión del mundo o de las cosas que suceden a su alrededor, siempre con una estética 'retro', en la que las mujeres y los edificios son los principales protagonistas.
Pisó Madrid por primera vez con el típico viaje escolar. Se alojó entonces en Atocha, en el Hotel Mediodía, donde desde el balcón veía “cómo los trileros hacían sus ‘tejemanejes’ con el juego de los tres vasos a los paseantes.” Entonces no pensaba seguramente que la ciudad se iba a convertir en su casa desde hace ahora más de una década. Lara Lars, pontevedresa, arquitecta e ilustradora, firma el cartel de ‘Veranos de la Villa’, una invitación directa a sumergirnos en el estío madrileño que, aunque sin esa playa de chapuzón y paseo, tiene mucho que ofrecer.
Para la creatividad de ‘Veranos’, Lars ha tirado de muchos flecos de inspiración. Por un lado, esa ausencia de playa de una ciudad mesetaria que no impide disfrutar del agua en las piscinas, ni del fresco en los parques. Por otro, de su experiencia vital en esos diez años de residencia madrileña. “A lo largo de estos años, he hecho varias veces ilustraciones sobre la vida en Madrid, y quería hacerle un homenaje”. En ese homenaje no podían faltar las nadadoras, personajes habituales en sus obras, y en este caso Annette Kellerman (Sidney, 1887), la australiana precursora de la natación sincronizada y de la lucha por usar un bañador de una sola pieza igual al de los hombres, en lugar de las pesadas y ‘decorosas’ combinaciones de pantalón y vestido.
Y un tercer fleco, edificios icónicos, pero no siempre habituales en las postales. Buen ejemplo es Torres Blancas, uno de sus preferidos, o la Torre Madrid, “donde se hospedaba Berlanga”, o el Palacio de Cristal, símbolo de esos “parques de Madrid, una de las válvulas de escape si quieres sobrevivir al calor”.
Mujeres y arquitectura
Arquitecta de profesión, Lars ha compaginado planos e ilustraciones hasta hace dos años, cuando se dio cuenta de que no podía seguir ‘partiéndose’ si quería hacer las cosas bien. “Por mi forma de ser -dice-, un poco perfeccionista a mi manera, y por el tipo de trabajos que estaba combinando, muy exigentes los dos, sí quería hacerlos bien, tenía que dedicarme al 100 % a uno de ellos”.
En esa pugna, ganó la ilustración, aunque el poso de su formación técnica pervive. “La arquitectura -prosigue- me ha ayudado mucho, desde aprender a expresar mis ideas con la técnica del collage, hasta el gusto por coleccionar postales antiguas de ciudades para ver cómo van cambiando, o utilizar el brutalismo, esa arquitectura que siempre me ha gustado, como telón de fondo de mis creaciones”.
Unas creaciones que, como confiesa, se parecen mucho a ella, “a veces exageradas, otras surrealistas, feministas, irónicas, o simplemente con mucho carácter sin dejar de rodearme de las imágenes que me gustan y que me transmiten algo”. Distintas siempre, pero con un punto en común todas: “reflejan mi visión del mundo o de las cosas que suceden a mi alrededor utilizando mi lenguaje propio”.
Y siempre con esa estética retro, en la que las mujeres y los edificios son los principales protagonistas. “Es un tipo de estética, de ilustración y de foto, que siempre me ha gustado. Además, me interesa resignificar esas imágenes, utilizándolas para contar otras cosas y dar a las mujeres una posición más acorde con mi forma de pensar, en comparación con el papel de mujer objeto que tienen en las fotos o anuncios originales”, explica.
Pero, además, a Lara Lars le gusta entablar un juego con el espectador: “Hay gente que no ve más allá de unos collages retro, y hay otra que sí entiende el juego que estoy haciendo con los nuevos significados que le estoy dando a esas imágenes”.
Esa estética se ha ido depurando con el tiempo. Al principio “era más rococó”, pero con los años, confiesa, ha aprendido no solo a dar forma a sus ideas, sino también a la de otra gente. “Ahora noto cómo mi propio estilo se ha enriquecido, hay como distintas vertientes dentro de mi trabajo que, unas veces, puede ser más sencillo, otras más punky y guerrillero, otras más romántico, otras más clásico o más surrealista…”
Su Madrid particular
Dice que lo que le gusta de Madrid, y por lo que siempre quiso vivir aquí, es que "cada barrio tiene su personalidad propia. Son como pequeños pueblos dentro de una gran ciudad”. En ese periplo por Tirso de Molina, Malasaña, el barrio de Salamanca, Arganzuela y, ahora, en Carabanchel, donde ha ido viviendo, ha aprendido a hacerse con el barrio para sentirse como en casa. “Un sitio donde tener mi bar de confianza y poder dejar las llaves, mi floristería favorita, la librería preferida para poder comprar regalos…”
Si tuviera que hacer un retrato a trazo grueso de la ciudad, sería este: “Madrid es gente de muchos lugares distintos; es una vida a veces demasiado rápida y otras muy lenta; es la mezcla de arte, de tradición de barrio, de poder conocer a gente muy diferente. Es una ciudad en la que antes era muy fácil vivir, vinieses de donde vinieses, y, desgraciadamente, eso en los últimos años lo está perdiendo. Madrid es el carácter seco de los camareros, que luego cogen confianza con las clientas de todos los días”.
En Carabanchel se encuentran ahora algunos de sus sitios de referencia: la marisquería Koln, el parque de San Isidro o la vista que le ofrece la ventana de su estudio, con neón incluido de un edificio cercano y unas vistas del amanecer y el anochecer que le encantan.
Fuera del distrito, confiesa su debilidad por el Rastro, en especial por la que llama ‘plaza de los cromos’ (plaza del Campillo del Mundo Nuevo) y el paseo del Prado, donde “visitar cualquiera de sus museos es recargar la inspiración para seguir creando”.
Y quedan sitios, ya desaparecidos, pero que viven en su recuerdo, como el mercado de Fuencarral, las cocheras de Antonio Palacios o la pagoda de Fisac. Con ellos, asegura, haría un buen collage de Madrid.